3 mayo, 2020 Desactivado Por eurodescontrol

1 º Mayo 2019/2020

¿Sabes por qué trabajas 8 horas? Los 44 días que cambiaron la historia?

No desprecien la importancia del callejero. Nadie recordará la anécdota, pero en la primavera de 2012 Barcelona se levantó con la noticia de un cambio sutil. El alcalde Trías lo había perpetrado con premeditación, nocturnidad y alevosía, saltándose la ley con demasiada alegría. De la noche a la mañana, el conocido ‘pasaje de la Canadiense’ homenajeaba a Frederick Stark Pearson, fundador el 12 de septiembre de 1911 del holding Barcelona Traction, Light and Power. Starrk Pearson se dedicaba a la producción y distribución de electricidad y a la explotación de tranvías y ferrocarriles eléctricos. Formaban parte del grupo las empresas Riegos y Fuerzas del Ebro, Barcelonesa de Electricidad, Energía Eléctrica de Cataluña, Tranvías de Barcelona y Ferrocarriles de Cataluña. Llegó a controlar el 90% de la distribución comercial de electricidad en el Principado.

La alteración nominal resucitó un lejano recuerdo. Entre febrero y marzo de 1919 la empresa fue la gran protagonista de una huelga de cuarenta y cuatro jornadas que paralizó Barcelona y demostró la inmensa capacidad obrera, que mediante la acción de la CNT logró una gran victoria, hasta el punto de provocar la instauración estatal de las ocho horas de jornada laboral, medida pionera en todo el orbe terráqueo.

Esta es la razón por la que celebramos hoy el Día Internacional del Trabajador

Decenas de muertos y cientos de heridos por reclamar la reducción de la jornada laboral a ocho horas en Chicago.

Este Primero de Mayo se celebra en casi todo el mundo el Día Internacional de los Trabajadores, una fecha marcada en rojo para llevar a cabo diferentes reivindicaciones sociales y laborales desde que se estableció en los calendarios tras el acuerdo del Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional (París en 1889). La fecha, sin embargo, no estuvo escogida al azar, sino que se fijó para recordar a los Mártires de Chicago, sindicalistas anarquistas que perecieron por participar en las movilizaciones que reclamaban una jornada laboral de ocho horas.

De aquellas protestas iniciadas en Estados Unidos el 1 de mayo de 1886, el punto culminante llegó tres días más tarde, en la conocida como Revuelta de Haymarket -también llamada masacre o incidente-, cuando en mitad de una manifestación estalló un artefacto explosivo contra la policía.

El suceso desató la violencia y acabó con un juicio que condenó a muerte a cinco trabajadores y a penas de cárcel a otros tres. Tan solo unos días más tarde, varios sectores de la patronal accedieron a reconocer esa jornada más justa.

La incumplida Ley Ingersoll

Los obreros estadounidenses de finales del XIX pedían que se reconociese su derecho a trabajar ocho horas, dormir otras ocho y tener libres otras tantas. Ya estaban organizados, en torno a la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, una suerte de sindicato con influencia anarquista que compartía escenario con la American Federation of Labor. Esta última, tras su cuarto congreso, celebrado en octubre de 1884, anunció que reclamarían una jornada de ocho horas y, en caso de no reconocerse ese derecho, irían a huelga.

El presidente de EE.UU. por aquel entonces, Andrew Johnson, promulgó en 1868 la conocida como Ley Ingersoll para establecer esa reducción en las jornadas, pero 19 estados sancionaron leyes que contemplaban que un obrero podría llegar hasta las 18 horas de trabajo si el patrón o las «circunstancias» así lo requerían. A la vista del fracaso, el movimiento obrero empezó a organizarse para comenzar los paros en las factorías de todo el país.

David contra Goliat

La Noble Orden de los Caballeros del Trabajo ordenó en una carta a todas las organizaciones que aglutinaba que «ningún trabajador adherido a esta central debe hacer huelga el 1 de mayo, ya que no hemos dado ninguna instrucción al respecto». Los trabajadores, al no sentirse representados, siguieron adelante y tacharon al sindicato de «traidores al movimiento obrero». Tampoco la prensa les dio aliento, sino todo lo contrario.

Calificaba sus demandas como «indignantes e irrespetuosas», un «delirio de lunáticos poco patriotas» que comparaban con «pedir que se pague un salario sin cumplir ninguna hora de trabajo». The New York Times, por ejemplo, recogía el 29 de abril de 1886, en las jornadas previas de aquella huelga, que «además de las ocho horas, los trabajadores van a exigir todo lo que puedan sugerir los más locos anarquistas».

Se activaba el engranaje de la cultura del miedo: «Las huelgas para obligar al cumplimiento de las ocho horas pueden hacer mucho para paralizar nuestra industria, disminuir el comercio y frenar la renaciente prosperidad de nuestra nación, pero no lograrán su objetivo», decía el destacado periódico estadounidense.

De la huelga a la revuelta

Unos 200.000 trabajadores empezaron la huelga aquel 1 de mayo. Otros tantos consiguieron su propósito sin tener que llevar a cabo los paros programados. En Chicago, ciudad industrial donde las condiciones laborales eran peores que en otras urbes, las movilizaciones continuaron durante los días 2 y 3. Solo trabajaba una fábrica, McCormick, que mantenía la producción gracias a trabajadores que no se habían adherido a la huelga, lo que conocemos popularmente como esquiroles.

El resto, unos 50.000, habían sido disueltos por la policía de manera violenta cuando participaban en una concentración el 2 de mayo. A día siguiente, celebraron otra en la puerta de la factoría. Sonó la sirena y los esquiroles salieron. Comenzó una batalla campal que terminó con seis muertos y varias decenas de heridos a manos de los agentes. El suceso aumentó la crispación de los obreros y el periodista Adolph Fischer, redactor del Asbeiter Zeitung, se apresuró a imprimir 25.000 octavillas llamando «a las armas» y convocando una protesta el día 4 a las 16:00 horas en Haymarket Square.https://www.youtube.com/embed/WgPmDBCQfwE?enablejsapi=1

El texto contaba lo que había sucedido en McCormick y pedía venganza contra «los chacales que nos gobiernan ávidos de sangre trabajadora»: «Al terror blanco respondamos con terror rojo». «Ayer, las mujeres y los hijos de los pobres lloraban a sus maridos y a sus padres fusilados, en tanto que en los palacios de los ricos se llenaban vasos de vino costoso y se bebía a la salud de los bandidos del orden… ¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís! ¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantaos!».

La masacre y el juicio

Finalmente consiguieron un permiso del alcalde para celebrar un acto a las 19:30 horas. De hecho, el regidor Harrison acudió y estuvo en la plaza hasta las 21:30 horas para garantizar la seguridad. Sin embargo, lejos de ponerle punto final a la concentración, unos 20.000 obreros a esa hora se negaban a irse y el inspector de policía John Bonfield comenzó a reprimirlos junto a 180 agentes.

Una bomba estalló de pronto entre los policías matando a uno de ellos y dejando varios heridos. Los agentes abrieron fuego de inmediato matando e hiriendo a un número de manifestantes que a día de hoy todavía no se ha podido precisar. Chicago decretó estado de sitio y, durante los días siguientes, hubo toque de queda y detenciones de cientos de obreros por toda la ciudad.

Más de un mes después, el 21 de junio de 1886, comenzó el juicio contra 31 sospechosos que después se quedaron en ocho. Con la prensa presionando y pidiendo la culpabilidad para todos ellos, el proceso tuvo mucho de pantomima y poco de procedimiento. De hecho, actualmente nadie duda de que se estuvo motivado por razones políticas y no jurídicas, juzgándose la condición de anarquistas de los acusados y no su implicación directa en la explosión. 

Samuel Fielden (inglés de 19 años) y Michael Schwab (alemán de 33 años) fueron condenados a cadena perpetua, mientras que Oscar Neebe (estadounidense de 36 años) cumplió 15 años de trabajos forzados. Los otros cinco fueron sentenciados a muerte el 11 de noviembre de 1887. El tipógrafo alemán de 50 años George Engel, y los periodistas Adolf Fischer (alemán 30 años), Albert Parsons (estadounidense 39 años) y August Vincent Theodore Spies (alemán 31 años).

El más joven, Louis Lingg, un carpintero alemán de 22 años, se suicidó en su celda para no ser ejecutado. Todos ellos murieron sabiendo que días después de la revuelta, a finales de aquel mayo de 1886, varios sectores patronales otorgaron la jornada de ocho horas a cientos de miles de obreros gracias a la huelga.